domingo, 8 de junio de 2008

EL DIA DEL PERIODISTA Y DEL PERIODISTA Y DEL PERIODISTA

Autor: Orlando Barone


El periodista estrella y el anónimo; el periodista rico y el pobre; el periodista de izquierda y el de derecha; el que nunca acaba de ubicarse; el que se ubica donde más le conviene; y el que se ubica donde lo ubican sus principios: el 7 de junio celebran su día. Hay periodistas que no pueden celebrarlo porque han sido despedidos; y otros, porque aunque son periodistas tienen que trabajar de otra cosa. Hay periodistas y periodistas. Y periodistas. No sé si entiende. Un periodista no es igual a una empresa periodística. Como un trabajador no es igual a sus empleadores. Ni el apicultor es socio de la abeja, ni produce la miel sino que la vende.
Es probable que a la mayor parte de los periodistas nos defina más el error que el acierto; más la superficie que lo profundo. Y más la mutación que la coherencia. No solo a los periodistas les pasa esto: sino a toda la especie humana. Aunque hay algunos que se sienten tan puros que hasta los ángeles se sentirían impuros. No hay que envidiarlos. Porque a veces la sociedad se da cuenta. Pero otras no se da cuenta y los alaba. Ser periodistas nos hace responsables o irresponsables; nos hace mejores o peores. Nos hace. No todos pueden pasar por el ojo de una aguja. Y nadie puede arrojar la primera piedra ni recoger la última. Estamos en escena sin ser artistas; hablamos sobre el mundo sin ser sabios; relatamos hechos que vemos y que no vemos y que creemos que vemos. Y a veces nos engañamos y a veces engañamos y a veces nos engañan.
Nuestro lugar es el de los voceros de la aldea; el de mensajeros de la realidad; el de relatores de lo grande y de lo minúsculo. Desde una guerra a una kermese; desde una tragedia a una fiesta.
A veces contamos la nada como si fuera consistente. O contamos el “todo” salteándonos el detalle que lo cambiaría todo. A veces contamos cosas que justifican con creces ejercer este oficio. No siempre sabemos cuanto deberíamos saber; y no siempre conseguimos decir lo que es cierto. No somos omniscientes. Lo que más nos cuesta es el silencio: estamos entrenados para contar lo contable y lo incontable. Hay pocos oficios como éste tan cercano al poder y al éxito, y a la vida y la muerte de los otros. Menos a la nuestra. Hay periodistas muy pobres que estuvieron más cerca de una reina que su chambelán. Y periodistas muy ricos que metieron su curiosidad en la miseria y cuando volvieron ya no fueron los mismos. Otros volvieron sin saber por qué los pobres son pobres, en vez de ser ricos. Hay periodistas a los cuales les sienta cómodo decir lo que otros quieren que digan; hay periodistas a los que la sociedad les demanda complacerla y después los critica por haberla complacido.
Hay periodistas sin poder: y son más que los otros. Y hay periodistas que viven luchando para no ser manada y seguir siendo individuos. Hay quienes corrieron riesgos en épocas feroces. Y no sobrevivieron. Y hay periodistas esclavos de su conciencia: que por eso son libres. Ojalá no existieran periodistas esclavos de intereses. Pero no existe en la tierra ningún oficio que se arrogue solo virtudes. Pero aún los más inmerecidos e inméritos, se mezclan en el montón del día del periodista. Y hasta reciben más lisonjas que cualquiera: porque es lógico mimar más a la mascota que al perro indócil. Y eso es lo generoso de ese día. Que lo celebran todos igualitariamente. Pero no importa. Hasta en la fiesta más grande los colados se notan.

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